Lo miraba afeitarse desde atrás, apoyada en la puerta. No quería perderme ni un segundo de su vida conmigo y si parecía una desequilibrada, me daba igual, en parte estoy un poco loca, pero me encanta y a él también.
En ocasiones me decía: "Eres bipolar" y explotábamos a reír, bendita dulce locura que nos divierte y nos hace llorar a la vez.
Lo amo, tanto que me dan ganas de gritarlo en medio del supermercado, lo amenazo entre risas con hacerlo: "Mira que te dejo en vergüenza eh" y nos echamos a reír mientras se esconde en la sección de congelados.
Es tan increíble y tan insólita la sensación de tenerlo cerca que no puedo dejar de mirarlo mientras conduce y lo miro fijamente, mientras sonrío, vuelvo a parecer una demente pero sigue sin importarme, será porque lo estoy: "Eres precioso, sin duda lo mejor que he hecho en lo que llevó de vida" y lo hago sonrojarse. Me encanta cuando se sonroja.
"Maldito ejército" le digo a la nada mientras lloro de manera desconsolada, en el fondo no lo pienso así pero estoy muerta de miedo. Su trabajo me hace tenerlo lejos, me lo arrebata en fechas especiales, no me deja besarlo y mirarlo mientras le acaricio su pelo rapado al uno y le digo: "Pareces un hippy" y de nuevo, volvemos a reír.
Lo admito, soy una cobarde en el fondo, me aterran los 615 km que nos van a separar ahora, nada en comparación con los 271 km que lo hacían antes.
"Si lo pudimos superar una vez, ¿qué nos va a impedir hacerlo una segunda?" Me dice mientras acaricia mi pelo y hundo mi nariz en su cuello, le contesto: "Los 300 km de más". Reacciona chistando, bien porque le hace gracia el comentario o porque es la hora de la siesta: "No hay nada que no podamos superar, eres la mujer de mi vida. Ahora duérmete que cuando te despiertes lo veras diferente"
Y así fue, lo vi diferente, aunque ahora que estoy sola lo veo igual o incluso peor ya que no tengo su pecho para resguardarme de mis miedos.
Será que me volverá a tocar dormir para que mañana pueda ver las cosas de diferente manera.